Una libélula, una mantis religiosa, un par de canis y un concejal.
Metimos a la perra en una mochila y salimos sin zumbar en moto hacia de los montes de Málaga que lindan con el Club Hípico. Hacía mucho que no pasábamos por allí o no recordaba yo el nuevo asfalto de serpiente donde antes solo había socavones.
Familias con bicis y cachorros y una partida del paintball camuflada por el verdor guerrero. Con el sol de fiesta vimos cosas curiosas como un caballito del diablo naranja y al rato una mantis religiosa color insecto palo, incluso nos acercamos a la subestación de Endesa de la Alborada, una localización perfecta para un corto de Tesla y ficción. Vimos ponis cariñosos, gallinas mudas, caballos felices con el mar de fondo, justo antes de que unos canis en motos de trial sin casco y en mangas de camisa nos alteraron el pulso más que las cuestas con sus escapes chillones y acrobacias de mirar para otro lado, y por si no hubiésemos tenido bastante, al retirarnos se nos aparece un concejal, que espero haya tomado nota de los paranormales restos de botellón alienígena o adolescente. No sé, fuimos a estirar las piernas y me dio la sensación de que lo único que ejercitamos fueron los ojos. Por cierto me olvidé la cámara.